Nada...
Sobre la falda tenía
el libro abierto,
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros:
no veíamos las letras
ninguno, creo,
más guardábamos ambos
hondo silencio.

¿Cuánto duró? Ni aun entonces
pude saberlo;
sólo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo
y nuestros ojos se hallaron,
y sonó un beso.

Creación de Dante era el libro,
era su infierno.

Cuando a él bajamos los ojos,
yo dije trémulo:
―¿Comprendes ya que un poema
cabe en un verso?
Y ella respondió encendida:
―¡Ya lo comprendo!